El pasado viernes 21 de marzo un grupo de alumnos de 3º de ESO realizaron una salida cultural en la que visitaron el Madrid de las letras.
A continuación, os presentamos la particular visión de la misma, de la mano de una de las alumnas que participó en ella. Esperamos que la disfrutéis.
EN
EL MADRID DE LAS LETRAS
Caminando
por las calles de Madrid, me encuentro. A mi alrededor la multitud se
agrupo y sólo centramos nuestra atención en una sola persona.
Mientras ella habla, observo , escucho y logro captar todas aquellas
cosas que me rodean.
Madrid
está triste, los rayos de sol se abren paso entre las densas nubes,
sin embargo con gran dificultad logran alegrar la ciudad, una que
otra vez encuentran una ventana en el cielo donde parecen ser libres.
Los
coches y las personas son prácticamente iguales, hacen sonidos,
parecen dirigirse como hojas muertas a un solo destino, no observo
risas, solamente veo la seriedad, reflejada en mi cara, que la acabo
de observar frente a un escaparate.
Después
todo esto cambia, puedo hablar con mis compañeros, y reír, la
salida cultural de aquella mañana empieza a mostrarme su lado más
amable.
Entonces
sobrepasando y alzadamente sobre la cabeza de la guía, veo la figura
de Don Quijote y Sancho Panza, pero ellos no son los personajes que
me interesan, sino su autor, de pronto veo a Cervantes con la
seriedad enmarcada en su tez, con aspecto de gran señor, como el
águila cuando vuela sobre el cielo mostrándonos a todos sus
señorío. Me parece entonces apreciar tristeza en su rostro, más
tarde entenderé. Después me encuentro en otra calle rodeada de mis
compañeros, la guía continúa hablando con una sonrisa sincera. El
sonido de sus palabras hace que aquella antigua imprenta cobre vida.
De pronto veo gente corriendo por un lado y por el otro, vestidos de
forma extraña para la mayoría, aunque para mí se me hace familiar.
Tampoco puedo apreciar sonrisas, es todo trabajo y trabajo, entonces
me pregunto “¿no ha cambiado la sociedad desde entonces?”. Por
muchos avances que se hayan hecho, las personas no son más felices
que entonces. Creen que nacieron para trabajar y que morirán después
de haber realizado un duro trabajo durante su vida. Sin embargo en la
calle me parece observar las familias más pobres, y me sorprende
una, compuesta por un padre, una madre y su hija, el padre no está
trabajando, y mi asombro es que ríen y juegan, “¿cómo pueden ser
felices?” se preguntaría la mayoría, mientras que hermosos
carruajes pasan, en ellos está montada gente de una buena posición
económica y se dirigen hacia el cine Doré, o eso creo, porque de
pronto desaparecen.
Frente
a mí, un gran edificio. Parece ser de gran importancia aunque
cientos de personas pasan junto a él, y si no fuera por dos
circunferencias que tenemos en la parte superior de nuestra cara,
chocarían continuamente y morirían sin saber que es allí donde se
encuentran registrados grandes escritores. Sin embargo a mí esta
iglesia no me llama la atención, suelen ser los lugares que más me
gustan, y aunque hubiera sido la quinta maravilla mundial, no habría
cambiado de opinión.
En
las calles siguen pasando soldados, y gente de guerra entre ellos…
no puedo creerlo, parece que veo de nuevo a Cervantes, pero me
distraigo pensando en cómo se las apañaría Cadalso para poder
sacar a su amada de aquella tumba que ahora era una floristería.
Claro que teniendo en cuenta también que en un libro puedes realizar
las mayores hazañas, ya que todos las creerán.
La
plaza es muy bonita. Allí ya desaparecido se encontraba un corral de
comedias, y decido entonces disfrutar un momento con mis amigos y
dejar mis pies en mi época, por un momento.
Después
encuentro a un montón de gente haciendo muecas de toda clase,
normalmente huyen de personas con malformaciones, y allí parece
encantarles, ser así por un momento, de todo esto disfruta Valle
Inclán con ambición, y rápidamente no para de escribir, sobre los
continuos sentimientos de la gente al verse desfigurados, al ver sus
vestidos más grandes o pequeños, sus barbas retorcidas. A nuestro
personaje parece que ya no le quedan más hojas y escribe y escribe
sobre el aire, hasta que se da cuenta de mi presencia y me lleva a la
calle Cervantes. Me cuenta lo divertido que es escribir sobre
aquellas gentes, pero que sabe lastimosamente que aquello resultará
algo monótono.
Cervantes
está allí en su habitación, lo dijo la guía, bueno, ella dijo
dónde se encontraba su vivienda, pero yo no lo encontré en la
habitación escribiendo, sino pensando, no sé si soñando.
Después…
eso sí que era bello, la casa de Lope de Vega, qué gran señor, él
se encontraba observándonos desde una ventana. Al entrar en su
jardín había niños correteando continuamente, eran las pocas
sonrisas que había observado en aquel lugar. Los acompañé y vi
cómo se subían a los naranjos, las gallinas no paraban de cacarear.
Al
salir, Lope había bajado del último piso y se encontraba frente a
la casa de Cervantes. Lo observaba con altivez, pese al desgastado y
casi inofensivo Cervantes. En su mente pude observar dos ideas
opuestas: la lástima que sentía, tras el secuestro al que había
sido sometido Cervantes, y la envidia por su muy conocido Hidalgo Don
Quijote de la Mancha.
Después
solamente vi cómo Góngora salía en aquella tarde lluviosa y fría
de su antigua residencia, mientras una sonrisa maléfica salía de la
cara de Quevedo. Me habría gustado intervenir. En esa época
seguramente me habrían acusado de bruja o algo parecido.
En
el Metro pensaba ya en todos los lugares y me llevaba el recuerdo de
un Madrid totalmente entristecido, mostrando así la realidad de mi
ciudad amada.
Y
pensé: “alguna vez se despegarán las letras doradas que se
encuentran en las calles, y subirán a sus autores, habiendo cumplido
entonces el propósito por el cual fueron creadas”.
Damarys
Rivera
3ºA ESO